ROSA MONTERO MANERAS DE VIVIR
Sin tenedor ni cuchara
ROSA MONTERO 20/03/2011
"Cuando alguien ha muerto por ti, sin duda te sientes de algún modo obligado a ser mejor"
Un segundo amigo, el economista Javier Velasco, me ha contado otra historia estremecedora que de alguna manera se parece a la anterior. En los primeros y más tenebrosos años de la posguerra española, un buen número de prisioneros políticos fueron llevados a trabajar de manera forzosa a las minas asturianas. Un grupo de matones falangistas bajaban de cuando en cuando a una de las minas más importantes y colocaban en fila a todos los prisioneros. Les hacían numerarse, y luego señalaban a unos cuantos al azar y les decían que dijeran un número. Al desgraciado que coincidía con el número mencionado, lo sacaban de la formación y lo fusilaban. Y lo más conmovedor (y probablemente ya lo has adivinado, porque, en el fondo, y pese a todo, confiamos en la fuerza del ser humano) es que, en más de una ocasión, el prisionero al que preguntaron contestó dando su propio número. Y, por consiguiente, fue sacado de la fila y ejecutado.
Como en el caso de Ravensbrück, escalofría pensar en la maligna pero afilada inteligencia que diseñó un entretenimiento tan cruel. Porque los mejores de entre los prisioneros, los más enteros, los más valientes, los más generosos, los más difíciles de quebrar, daban su propio número y, por lo tanto, eran eliminados. Y los demás, los que daban el número de un compañero, estaban destrozados para siempre. Perverso y eficaz, sin duda alguna.
Y, sin embargo... Sin embargo, creo que este meticuloso plan para acabar física y anímicamente con el enemigo tenía un error fatal, un agujero: el ejemplo de entereza y heroicidad que ofrecía el compañero que se inmolaba. Cuando alguien ha muerto por ti (y evidentemente todos los que el héroe no nombraba le debían la vida), sin duda te sientes de algún modo obligado a ser mejor. A mantener tu existencia a la altura del colosal regalo que te han hecho. De manera que, si bien los más valiosos eran eliminados, ese ejemplo tuvo que levantar por fuerza la moral y la dignidad de los que quedaban. Lo más destructivo hubiera sido que todos hubieran dado el número de un compañero... pero se diría que la vida siempre se guarda estos pequeños ases en la manga. Incluso en los peores momentos, en los campos de concentración nazis, en el más enloquecedor abismo de maldad, en la desolación de la total desesperanza, hubo gente que siempre estuvo por encima de todas las expectativas, gente que escogió y supo ser heroica. Y gracias a eso es por lo que podemos seguir escribiendo poesía después de Auschwitz, en contra de lo que dijo Adorno en su famosa frase.
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