Octubre de 2002
Arié Stern
Para nuestro colaborador periodístico, tanto en el Holocausto como durante el Gobierno de Carlos Menem, tras los atentados a la Amia y la Embajada de Israel, hubo judíos que actuaron con altruismo y otros serviles que respondieron al poder.
Uno de los legados más notorios que dejó la Shoá (Holocausto) en la moral del pueblo judío, es la dicotomía que expresa la vieja dualidad altruismo/egoísmo.
Los judíos tendemos a pensar en nosotros mismos como un pueblo unido básicamente por un mandato ético. Ni la religión, ni la tradición son tan importantes a la hora de definirnos a nosotros mismos. Esto es lo que explica que habiendo judíos conservadores, ortodoxos, ateos, religiosos, socialistas o banqueros, pobres o ricos, laicos o piadosos, haya una base común de entendimiento, un sentido de "pertenencia".
Sin embargo, como en todo grupo humano, hay tendencias y variaciones. Y traiciones o desviaciones a la regla.
En una situación como la del nazismo, hubo expresiones de supervivencia que siguieron esos dos derroteros que mencioné. Altruistas, heroicos, dispuestos al sacrificio individual en pos de la dignidad humana, como el caso de Mordejai Anilevich, líder del Levantamiento del Ghetto de Varsovia. O hubo casos de egoísmo despreciable, representados por los "consejos" encargados de negociar con los SS la entrega de sus propios paisanos, siguiendo las cuotas requeridas por el asesino. Su nombre, execrable, se usa todavía hoy como sinónimo de la peor catadura de un judío: "Judenrat". Y lo más revelador, es que los propios Judenrat, que entregaron a fulano porque era viejito y se iba a morir igual o a menganito porque dejó plantada a una sobrina antes del casamiento, fueron, también, a las cámaras de gas.
En el decenio menemista, época en que murieron más judíos que nunca en la historia argentina, en que la comunidad se vio segregada en los hechos a vivir tras murallas de concreto que separan física y mentalmente a los judíos del resto de los argentinos, en ese decenio, se manifestó la misma dicotomía.
Hubo los terribles atentados, más terribles por impunes, y la lucha por la dignidad o el provecho propio. Surgieron no judíos que reaccionaron en virtud de su básica humanidad, en solidaridad y coherencia, sabiéndose atacados por igual en su condición de pueblo libre. Y hubo judíos altruistas y valientes que superando el miedo y el dolor le plantaron cara al poder, exigiendo justicia y dignidad, como el caso prototípico de "Memoria Activa" y los Familiares de las Víctimas de la AMIA.
Pero también hubo, lamentablemente, los habituales "Judenrat", cuyo caso arquetípico, es el ex presidente de la DAIA, Rubén Beraja. Patética figura, y trágica a la vez, que corriera a pedir disculpas a Carlos Menem por la silbatina que recibiera en ocasión de un nuevo aniversario de la impunidad en la AMIA. El mismo que, con sus aliados en Córdoba, toleró las declaraciones antisemitas de Pedro Pou, la presencia del ex (?) nazi Rodolfo Barra en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y todo cuanto supimos y sufrimos, en aras de un banco protegido por el Gobierno, que terminó cayendo y arrastrando a muchas de las instituciones comunitarias, es decir, perjudicando en hechos e imagen a la Colectividad.
Había en esos momentos quien podía tener dudas, o ser extremadamente ingenuo. Y había otros que sabían que había que aprovechar la oportunidad y estrujarla al máximo. Incluso "intelectuales" que enterraron su anterior brillo y se pusieron de manera supina al servicio de Menem y sus secuaces: recordemos a Jaime Barylko, devenido en una especie de Víctor Sueyro judío, haciendo campaña por Germán Kammerath (no pidió perdón todavía) y por la enseñanza religiosa, algo que da al traste con TODA la historia de la comunidad judía en la Argentina y el mundo, donde ha sido siempre campeona del laicismo. Pero fructificó en el nombramiento de un funcionario de tercera línea en el gabinete de Kammerath, Gordillo, inoperante como el resto.
Esta pesadilla podría haber terminado con el mandato de Menem, y ahora vemos resurgir el tema. Y en Córdoba. Y en el Día del Perdón. Oportunidad no desechada por el gran demagogo, quien empieza sus palabras agradeciendo la presencia de un nuevo "Judenrat" presto a ofrecerse como "el amigo judío" que precisa todo antisemita para demostrar que no es tal. Y todo queda bien, y la DAIA local calla, por miedo o exceso de precaución. Y quien dice que no, que no es así, que los judíos NO ESTAMOS CON MENEM, que ese tipo que anduvo por el palco es un comerciante, detrás de su propio provecho, a costa de todos nosotros ¿No recuerdan que el Jefe de Campaña de Menem, Alberto Pierri, trató de "judío piojoso" a un periodista que lo criticó?
Basta, tal vez sea hora de decir también:
"¡Que se vayan todos!" en las organizaciones comunitarias, cuando no son capaces de defender la vida, la dignidad y la Libertad.
Aunque se les pinche un negocio, o tengan que hacer algo ingrato como pelearse con un gobernante o un político. Si para eso están ¿O no?
Fuente
www.infocba.com
Uno de los legados más notorios que dejó la Shoá (Holocausto) en la moral del pueblo judío, es la dicotomía que expresa la vieja dualidad altruismo/egoísmo.
Los judíos tendemos a pensar en nosotros mismos como un pueblo unido básicamente por un mandato ético. Ni la religión, ni la tradición son tan importantes a la hora de definirnos a nosotros mismos. Esto es lo que explica que habiendo judíos conservadores, ortodoxos, ateos, religiosos, socialistas o banqueros, pobres o ricos, laicos o piadosos, haya una base común de entendimiento, un sentido de "pertenencia".
Sin embargo, como en todo grupo humano, hay tendencias y variaciones. Y traiciones o desviaciones a la regla.
En una situación como la del nazismo, hubo expresiones de supervivencia que siguieron esos dos derroteros que mencioné. Altruistas, heroicos, dispuestos al sacrificio individual en pos de la dignidad humana, como el caso de Mordejai Anilevich, líder del Levantamiento del Ghetto de Varsovia. O hubo casos de egoísmo despreciable, representados por los "consejos" encargados de negociar con los SS la entrega de sus propios paisanos, siguiendo las cuotas requeridas por el asesino. Su nombre, execrable, se usa todavía hoy como sinónimo de la peor catadura de un judío: "Judenrat". Y lo más revelador, es que los propios Judenrat, que entregaron a fulano porque era viejito y se iba a morir igual o a menganito porque dejó plantada a una sobrina antes del casamiento, fueron, también, a las cámaras de gas.
En el decenio menemista, época en que murieron más judíos que nunca en la historia argentina, en que la comunidad se vio segregada en los hechos a vivir tras murallas de concreto que separan física y mentalmente a los judíos del resto de los argentinos, en ese decenio, se manifestó la misma dicotomía.
Hubo los terribles atentados, más terribles por impunes, y la lucha por la dignidad o el provecho propio. Surgieron no judíos que reaccionaron en virtud de su básica humanidad, en solidaridad y coherencia, sabiéndose atacados por igual en su condición de pueblo libre. Y hubo judíos altruistas y valientes que superando el miedo y el dolor le plantaron cara al poder, exigiendo justicia y dignidad, como el caso prototípico de "Memoria Activa" y los Familiares de las Víctimas de la AMIA.
Pero también hubo, lamentablemente, los habituales "Judenrat", cuyo caso arquetípico, es el ex presidente de la DAIA, Rubén Beraja. Patética figura, y trágica a la vez, que corriera a pedir disculpas a Carlos Menem por la silbatina que recibiera en ocasión de un nuevo aniversario de la impunidad en la AMIA. El mismo que, con sus aliados en Córdoba, toleró las declaraciones antisemitas de Pedro Pou, la presencia del ex (?) nazi Rodolfo Barra en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y todo cuanto supimos y sufrimos, en aras de un banco protegido por el Gobierno, que terminó cayendo y arrastrando a muchas de las instituciones comunitarias, es decir, perjudicando en hechos e imagen a la Colectividad.
Había en esos momentos quien podía tener dudas, o ser extremadamente ingenuo. Y había otros que sabían que había que aprovechar la oportunidad y estrujarla al máximo. Incluso "intelectuales" que enterraron su anterior brillo y se pusieron de manera supina al servicio de Menem y sus secuaces: recordemos a Jaime Barylko, devenido en una especie de Víctor Sueyro judío, haciendo campaña por Germán Kammerath (no pidió perdón todavía) y por la enseñanza religiosa, algo que da al traste con TODA la historia de la comunidad judía en la Argentina y el mundo, donde ha sido siempre campeona del laicismo. Pero fructificó en el nombramiento de un funcionario de tercera línea en el gabinete de Kammerath, Gordillo, inoperante como el resto.
Esta pesadilla podría haber terminado con el mandato de Menem, y ahora vemos resurgir el tema. Y en Córdoba. Y en el Día del Perdón. Oportunidad no desechada por el gran demagogo, quien empieza sus palabras agradeciendo la presencia de un nuevo "Judenrat" presto a ofrecerse como "el amigo judío" que precisa todo antisemita para demostrar que no es tal. Y todo queda bien, y la DAIA local calla, por miedo o exceso de precaución. Y quien dice que no, que no es así, que los judíos NO ESTAMOS CON MENEM, que ese tipo que anduvo por el palco es un comerciante, detrás de su propio provecho, a costa de todos nosotros ¿No recuerdan que el Jefe de Campaña de Menem, Alberto Pierri, trató de "judío piojoso" a un periodista que lo criticó?
Basta, tal vez sea hora de decir también:
"¡Que se vayan todos!" en las organizaciones comunitarias, cuando no son capaces de defender la vida, la dignidad y la Libertad.
Aunque se les pinche un negocio, o tengan que hacer algo ingrato como pelearse con un gobernante o un político. Si para eso están ¿O no?
Fuente
www.infocba.com
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